Aquella tarde de café en Sonora Bar

¿A qué suena un café más allá de la cucharilla golpeando las paredes de la taza? Lo descubrimos aquella tarde lluviosa cuando encontramos refugio en ese bar de la calle Espoz y Mina, que ya es nuestro bar: el Sonora.

 

Hay veces que Zaragoza se transforma y deja de ser esa ciudad de toda la vida y se convierte en un escenario de película, ideal para pasear. Tu gata en el balcón me anima a escribirte. Me dices que te arreglas enseguida y que bajas para que tomemos un café. Hace más de tres meses desde la última vez que nos vimos. Para ti, el tiempo pasa de otra forma. A mí me parece bien, porque cuando tomamos café juntos el tiempo se para y envejecemos un poco menos. Está lloviendo. Te digo que parece un día de verano londinense y los dos bajo tu paraguas fantaseamos con una ciudad cosmopolita en la que se hablan varios idiomas y apenas nadie nos conoce. Bromeo con la forma en la que llevas el paraguas haciendo que se me moje el hombro y te quejas de que estoy algo quisquilloso. En realidad, me encanta la forma en la que la lluvia nos obliga a estar tan juntos. La excusa perfecta para colgarme de tu brazo y fingir que llevamos haciendo esto toda una vida. “¿Dónde podemos tomar un buen café por aquí cerca?”, me preguntas como si acabaras de aterrizar en Zaragoza ayer mismo. Yo sé muy bien dónde llevarte. En la esquina de Espoz y Mina con Francisco Bayeu sirven uno de mis cafés de especialidad favoritos de la ciudad. Además, el Sonora Bar tiene esa capacidad de trasladarte a otros sitios: podría ser un club londinense o un bar berlinés, pero con el mejor sabor local. Sé que te gustará.

 

 

Le pedimos a Amanda dos cafés: el tuyo, americano; el mío, con leche y descafeinado. Amanda tiene ese superpoder de las camareras que molan de servirte lo que pidas con un extra de sonrisa y buen rollo. Nos sentamos en los taburetes de la ventana que da a Francisco Bayeu.El café está perfecto. Dices que tiene un toque cítrico. Hacía mucho que no hablábamos, pero nada de eso importa ahora. Me cuentas, te cuento, nos reímos… Si hay algo parecido a viajar en el tiempo es esto. Pienso que no puedo expresar con palabras lo que siento, pero el Sonora hace su magia. Suena de fondo la canción ‘Adrenalina’ de Chica sobresalto.

 

No necesito tirarme de un avión
En mis espacios sinápticos hay luces de neón

 

Te fijas en la caja luminosa de la barra que reza “Me gustas tanto!” y luego me miras a mí. Se te dibuja una sonrisa en la cara. Yo también la miro, te miro de reojo y te digo: “Ays, con lo que te he querido…”. Nos acercamos. Entre nosotros, todos los julios y hercios que anuncian un beso.

 

Y sin efectos adversos
Yo soy el margen

Yo soy el margen de error

 

Me retiro. Me hago con la magia de la contención, de lo quese dice con lo que no se hace, porque creo que lo nuestro sigue escribiéndose. Te pones mis gafas, te hago fotos. Es divertido jugar a que esto es la vida. Pasarlo bien sin pensar. Tenerte aquí delante y no en la mente cuando no puedo dormir. Esto es bailar en el Sonora. Dejarse llevar. No sé qué hora es, ni por qué llueve tanto en esta ciudad hoy. Qué más da. En este rincón de Zaragoza hemos encontrado algo que es solo de los dos.

 

 

¿A qué suena un café? Un café suena a un beso que nunca se dio, a todo lo que una canción dice por ti y, sobre todo, suena a todas esas historias que continúan más allá de esa taza.

 

 

 

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